martes, 13 de decembro de 2016

XIV

Loyaulté me lie

In the name of Ægir and of the dead generations | The Anglogalician ...

Viaje Sentimental por Yorkshire, por England, e incluso por Gales ...

I Have a Rendezvous with Tractorville. A Esmorga Do Mar Ao Norde ...

I Bare Him On Eagles' Wings And Brought Him Unto Me | The ...

16 comentarios:

  1. Whitelaw - Words Of My Father13 de decembro de 2016, 19:37

    justo y necesario

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  2. Richard montre une loyauté absolue, sa devise est d'ailleurs13 de decembro de 2016, 23:22

    & seeking
    a possible path

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  3. Tanto cripticismo es cinismo14 de decembro de 2016, 14:19

    En la relación falta la del Magosto de Sheffield

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  4. Movió el juego de canicas del sistema solar que tenía en la palma de la mano derecha.

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  5. Dwar Ev soldó solemnemente la última conexión. Con oro.
    Los objetivos de una docena de cámaras de televisión lo estaban observando, y el sub-éter se encargó de llevar por todo el Universo una docena de imágenes diferentes del acontecimiento.
    Se concentró, hizo un gesto con la cabeza a Dwar Reyn, y se colocó enseguida junto al botón que establecería el contacto. El conmutador pondría en relación, de un solo golpe, todas las supermáquinas de todos los planetas habitados del Universo (96 billones de planetas), en un supercircuito que los transformaría en gigantesco super-calculador, gigantesco monstruo cibernético que reuniría el saber de todas las galaxias. Dwar Reyn habló unos instantes a los trillones de seres que lo observaban y lo escuchaban. Y, tras un breve silencio, anunció:
    —Y ahora con ustedes, Dwar Ev.
    Dwar Ev giró el conmutador. Se oyó un potente ronroneo, el de las ondas que salían hacia 96 billones de planetas. Se prendieron y apagaron las luces en los dos kilómetros que componían el tablero de control.
    Dwar Ev dio un paso hacia atrás, respirando profundamente.
    —Es a usted que corresponde hacer la primera pregunta, Dwar Reyn.
    —Gracias —dijo Dwar Reyn—, haré una pregunta que nunca pudo ser contestada por las máquinas cibernéticas sencillas.
    Se volvió hacia la máquina:
    —¿Existe un Dios?
    La voz poderosa contestó Crin titubeos, sin el menor temblor.
    —Sí, ahora existe un Dios.

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  6. una amapola nocturna19 de decembro de 2016, 22:16

    Sigo sin entender
    cómo podías
    hacer el amor
    sin quitarte
    el chaleco antibalas...

    ¿acaso no sabes
    que son los te quiero
    de fogueo los que matan?

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  7. impasible el ademán27 de decembro de 2016, 15:12

    ¡ PRESENTES !

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  8. Escribir por fragmentos: los fragmentos son entonces las piedras sobre el perímetro del círculo: me arrellano en redondel: todo mi universo en migajas; en el centro ¿Qué?

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  9. Mermelada de Grosella7 de xaneiro de 2017, 18:56

    falta una referencia al mestre Coffee.

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  10. Y, sin embargo,
    allí estaba la clave
    de tu breve dicha sobre la tierra.

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  11. De pie, inclinada hacia delante, el pecho tendido hacia nosotros y los brazos
    ligeramente echados hacia atrás, en la actitud del bucea-dor que toma impulso,
    la joven nos miraba y creo que su sorpresa debía igualar la nuestra. Después
    de haberla contemplado por un largo instante, me sentía tan completamente
    trastornado que me era imposible apreciar detalle alguno; el conjunto de sus
    formas me tenía hipnotizado. Hasta después de unos minutos no pude darme
    cuenta de nue pertenecía a la raza blanca, que su piel era dorada, más bien
    míe bronceada, que era alta, sin exceso, y delgada. Después, como en un
    sueño, vi una cara de una pureza singular. Finalmente, miré sus ojos.
    Mis dotes de observación se despertaron entonces bruscamente, mi atención
    se hizo más aguda y me estremecí, porque allí, en su mirada, había un
    elemento nuevo para mí. Descubrí allí un toque insólito, misterioso, un algo
    extraño que todos nosotros esperábamos ver en un mundo tan alejado del
    nuestro. Pero no me sentí capaz de analizar ni siquiera de definir la naturaleza
    de aquel algo extraño. Solamente notaba una diferencia esencial con los
    individuos de nuestra especie. No estaba en el color de los ojos, pues eran de
    un gris poco corriente entre nosotros, pero no excepcional. La anomalía residía
    en la emanación de aquellos ojos, en una especie de vacío, una ausencia de
    expresión, que me recordaba a una pobre demente que conocí una vez. Pero
    no, no era esto, no podía ser locura.

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  12. Coffee, Presente¡

    Caídos por la Anglogalician, PRESENTES¡

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  13. I'm as poor as a church mouse, that's just had an enormous tax bill on the very day his wife ran off with another mouse, taking all the cheese

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  14. Tras fabricante dellas, fui cazador de mariposas de Muzo – ¡ óxte esmeraldas! –
    y de somortas en los Urales, y de hefestitas – ¿dóndesería? ¿Sábelo Plinio?, y orquidiólogo
    (especializado en cadeyas por lo que dijo Marcel Proust);
    conchologista –como Poe– (y siempre en pos de esa concha sonrosada
    que conturbó a Lelián, al Fauno –cuando anverso y no inverso–).
    Fuí pescador de ballenas, como Jonás y Melville, y de Sirenas: no Ulises sordo, sino ávido grumete, de su cántiga
    sortílega en acecho! Patraña aquello de que no tienen piernas las Sirenas...:
    lo de su cola...: ¡para nadar usan el cierre automático –o cremallera–
    de que luego prescinden...
    A más de supervisor de su “vestier” de fiesta
    fui “cicerone” de los Pingüinos Peripatéticos en su excursión por Ecbatana
    (a lomo de dromedario)
    y de su viaje elefantino por Nolandia de Oro, viaje entonces no tal: mas crisoelefantino.
    Fuí alero izquierdo en el onceno de “foot–ball” llamado el invicto de “Cocojondo”.
    Fuí peón de ajedrez cuando jugábase “in vivo”:
    coronábame loco Alfil para –al sesgo– tomar la Reina,

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  15. La señora de Benjamin Pantier
    Yo sé que él dijo que le atrapé el alma
    en una trampa que lo desangró a morir.
    Y todos los hombres lo querían
    y muchas mujeres lo compadecieron.
    Pero pongamos que una es realmente una dama, y tiene gustos delicados,
    y odia el olor a whisky y a cebollas,
    y el ritmo de la Oda de Wordsworth le resuena en los oídos,
    mientras él se la pasa día y noche
    repitiendo trozos de aquello tan ordinario:
    “¿Oh, por qué habría de sentirse orgulloso el espíritu del mortal?”
    Y supongamos luego
    que eres una mujer bien dotada,
    y el único hombre con el que la ley y la moralidad
    te permiten una relación marital
    es justo el hombre que te repugna
    cada vez que piensas en eso —y piensas en eso
    cada vez que lo ves.
    Por tal razón lo eché de la casa
    para que se fuera a vivir con su perro
    en un cuartucho sórdido
    detrás de su oficina.

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